Una breve historia

Como cada mañana, aquel paseo matutino a su perra, imponente labradora blanca, consistió en un caminar oscilante debido a dos causas diferentes. La una, porque aún conservaba dolencias de una pasada intervención ligamentosa en extremidades inferiores; la otra, porque su mirada nunca se dirigía al frente, sino a las fotos. Desde que se inició diletante en materia fotográfica hacía clics sin parar, pero casi siempre sin cámara. Supo desde los sabios consejos de un argentino afincado en un pequeño poblado segoviano que la esencia de la fotografía no residía ni los en aparatos ni en los meros resultados en papel, sino en la mirada, algo que pudo corroborar absorto al visitar en Barcelona a un amigo bloguero, terriblemente adiestrado en las artes del mirar.


Titubeante en el andar, algo llamó poderosamente la atención a este iluso muchacho entre la multitud de ramificaciones de un arbusto que salía a su lado. Sin duda era un hallazgo, pues se distinguía entre la naturaleza un reptil calentando su sangre al sol. No creyó poder acercarse antes de asustar al saurio animal, pero paciente emprendió un lento caminar que lo llevó, despacio, a unos centímetros de su rostro. Tras retirar cuidadosamente la tapa al objetivo deseoso de diminutas obturaciones, dispuso todos los sentidos en inmortalizar ese momento. Un solo clic fue posible, pues como tantas otras veces, la imponente labradora blanca volvió a sus pasos para buscar al aletargado compañero de paseo. Una sola oportunidad no era suficiente para desplegar todo potencial técnico exigible en una disciplina tan compleja, y pese a la rabia originada por el alborotador trote de la preciosa retriever, supo conformarse con haber congelado un momento a partir del que sacar múltiples conclusiones, entre las cuales se encontraba la posibilidad de que el precioso reptil acababa de desayunar, como parecían señalar unas manchas anaranjadas proximas a la boca.


Pensando en el descubrimiento y gozando en sí mismo, olvidose de la canina interrupción. Ya tenía material para flagelarse y mortificarse por errores cometidos, así que tras una última revisión de la pantallita, prosiguió su oscilante caminar.


Aún contento, nuestro amigo sentía un pequeño poso estomacal que sólo se entiende como rescoldo de la rabia contenida. Pero, Natura, la Diosa Madre Naturaleza, única en el catálogo de divinidades de nuestro querido protagonista, siempre regala maravillas a quienes perseveran, y comoquiera que no cambió un milímetro el vaivén de sus pisadas ni la incesante observación de los accidentes florísticos a su paso, este afanoso mozo explotó de alegría en casi imposible contención, exteriorizando únicamente el máximo arqueo de sus cejas y pestañas, que apuntaban al cielo como sables a punto de duelo. Tal deidad volvió a poner en su camino, y en circunstancias idénticas, otro ejemplar de reptil sin identificar, y poniendo en práctica el mismo ritual que en el arbusto dejado atrás, fue arrimándose pausadamente como quien avanza en la oscuridad de una casa cuando oye ruidos al dormir.


Aún estaba lejos, muy lejos, y hubo que observar con un reojeo forzado que su cánida compañera andaba lejos y distraída para asegurarse el éxito. Un paso más.


Otro.

Conteniendo hasta la respiración, recordó aquellos maravillosos textos ilustrados de la mística de las lagartijas de otro ilustre bloguero, y supo que sólo con convencimiento lograría derribar la gigante barrera que suponía para él ese par de avances más. Pensó que tenerla a medio metro era suficiente para notar la gloria en su vientre, pero que aún sería capaz de experimentar la detonación torácica de la euforia si actuaba con respeto. Así lo hizo, y de un movimiento decidido pero mimoso logró dividir la distancia.

Fue entonces cuando advirtió la presencia, o más bien huída de un segundo saurio a la altura de su cintura, es decir, algo más abajo que la bella protagonista de estos trofeos de caza, pero lo suficientemente lejos como para situarla en el encuadre sin cometer la locura de variar su eje, que no era otro que el de un rígido cuello tan tensionado como el de una serpiente ante el baile de la muerte de su predadora mangosta. Este detalle, en lugar de alterar al mozo de fotográfica ansiedad, calmó de sobremanera su mente. La enfrió como debería enfriarse todo reactor nuclear activo, y lo armó de valor para dar ese último paso, pequeño, de tan sólo unos centímetros... lo empujó con virulencia criogenizada hacia el milenario animalito, cosa que desencadenó el desenlace final.

Bueno, dije desenlace final, pero es que una vez lapidada toda distancia salvable a pie quedaba otra a recorrer con aquel cuerpo casi pétreo. Anclados los pies, avanzaría únicamente con la sección superior de la tensa figura. Ya estaba casi hecho. El resto era sólo cosa de empatía, y este muchacho si alguna relación tiene con Natura, la Madre Diosa Naturaleza, es respeto y empatía. Así pues, con la certeza de un cirujano supo arrimarse hasta el límite de la distancia mínima de enfoque, que siendo ésta de veintinueve centímetros desde plano focal, situaba el frente de la lente a tres pulgadas escasas de su adorado modelo de reportaje.

Con la tarea conclusa, atinó para alejarse con igual contracción corporal, cuando de un barrido acertó a seriar horizontalmente dos tomas. Fue entonces, en un momento de absoluta erupción de sensaciones hedonistas infrasexuales cuando, con una piña en la boca volvía la imponente labradora blanca a reclamar las atenciones ociosas de este aventurero muchacho.

Finalmente, tras un largo rato de piñas, carreras y demás juegos caninos, ambos volvieron con incontrolable estado de felicidad, catalogado como gravísimo pecado por tantas sectas y religiones adversas a la supremacía de Natura, la Madre Diosa Naturaleza. Desde entonces, cuentan que el mozo revisa continuamente cada una de las fotografías realizadas en busca de detalles que mejorar la próxima vez. Sólo con el tiempo sabremos y si su frágil mente enfermará con tanta autocrítica, o seguirá en pie ayudado de esas breves pero intensas dosis de placer fotográfico, dignas portadoras de la etiqueta "Cosas de valor que no cuestan nada".

6 comentarios:

ercanito dijo...

Sólo la primera fotografía ha sufrido un pequeño recorte para salvar una ramita desenfocada en el lado derecho. La última, como se trata de dos fotos unidas horizontalmente, también tiene el recorte de las áreas sobrantes.

Por cierto, la manchita anaranjada del ejemplar de la primera foto es pigmento natural, y según he indagado se trata de un macho de lagartija colilarga (Psammodromus algirus). Las demás puede que correspondan a una hembra.

En estos momentos estoy intentando arreglar el problema de bloguer que hace que no se pueda pinchar sobre las fotos para verlas más grandes. La última realmente merece la pena.

Angel Corrochano dijo...

Pues me alegra saber que andas ya por esos campos en busca de fotos sencillas y directas, dignas de grandes emociones, y que recuperas energías a pasos (nunca mejor dicho) de gigante.
Buena serie Andrés
Un abrazo

Zapateiro dijo...

Estas fotos no se las enseñarás a Manena, ¿no?, jajajaja.

ercanito dijo...

Ya está arreglado. Podéis clicar sobre las fotos para verlas a mayor tamaño.

Disculpas.

altairbejar dijo...

Menuda serie más estupenda. Pillarlos es toda una aventura y que encima posen no te digo nada.

Como dice Ángel me alegro de ver que ya sales de "caza".

Un abrazo.

ANRAFERA dijo...

Felicitaciones, por estas excelentes macros.
Me encanta su nitidez.
Saludos.
Ramón