El equipo

Desde septiembre para acá he ido ampliando un poco el equipo. Todos sabemos lo caro que es aficionarte a la fotografía desde la adquisición de una cámara de objetivo intercambiable. Primero el trípode, luego el tele, zooms, focal fija a ser posible 50 mm y muy luminosos, filtros, angulares, baterías de repuesto, tarjetas de 8 Gb, mochila, cable disparador, el flash... Hay una pelea constante entre la razonable austeridad para la práctica de una afición y la ampliación del equipo para hacer más y mejores fotos. Esta es una trampa que nos ha puesto en el camino la industria fotográfica que, ayudada por la inercia consumista de los tiempos que corren, nos mete por los ojos aquello de renovar o morir. El equilibrio entre buen equipo y austeridad es más importante de lo que parece, pues en el momento en que la balanza se inclina descaradamente a un lado aparecen las consecuencias. Si te gastas la pasta corres el riesgo de hacer fotos más admirando tu equipo que no lo fotografiable, y si te conformas con "lo puesto" tendrás limitada no tu creatividad pero si la variedad de recursos.

Trato a toda costa respetar la horizonalidad de tal balanza, y desde que en 2008 me regalaran mi primera cámara réflex he tratado de romper esos los límites sin hacer grandes esfuerzos, lo que me me ofrece la posibilidad de hacer más tipos de fotos. Pero es curioso que con la óptica de más calidad que tengo recojo las peores tomas, quizás por falta de práctica.

La fotografía que muestro está sin ajustar. Ni niveles, ni curvas, ni saturación... tan sólo he aplicado un recorte de un 4 ó 5 % desde abajo-derecha respetando las proporciones originales con esta técnica que leí en el blog de Paco Elvira. La iluminación la proporcionó mi nuevo flash Metz 48 dirigiendo el fogonazo al techo, la cámara es la de siempre, Canon EOS 450 D y el objetivo es el EF 50 mm f 1.8. Como véis, un equipo modesto para hacer una gran foto de familia (al menos a mí me lo parece).